Historias verdaderas que parezcan ficción: Halfon, la (auto)ficción y la composición de historias.

Eduardo Halfon, Elocuencias de un tartamudo, Pre-Textos, 2012

Halfon mantiene un pulso consigo mismo en cada libro que publica: mediante una idea elaborada por el grandísimo Paul Auster, alrededor de la radio y gente contando sus historias, el escritor guatemalteco quiere, con una frase muy acertada, reunirnos alrededor de la hoguera como ya hiciera el neoyorquino.

            Del prólogo, muy jugoso en lo que se refiere a intenciones, rescato también -para, como siempre, dejar algo a quien la chispa de la curiosidad le lleve a abrir el pequeño volumen de prosas- otra idea suculenta: todo el mundo tiene algo que contar, porque a quién lo zarandea la vida y le suceden cosas, pero no cualquiera sabe contar lo que vive, sufre, padece o disfruta.

            La premisa es interesantísima: Halfon recoge como si fuera un periodista -un vecino curiosón y lenguaraz- historias de todo calado, que posteriormente él mismo dará forma, tallará y pulirá en el taller retórico para mostrarlas acabadas al público. Es difícil reconocer a veces la mano de Halfon, si bien, la temática se torna favorable a sus gustos, que en realidad, son indefinidos: las únicas buenas historias, son las historias bien contadas, parece querer advertirnos el cuentista.

            Y, sí: escribo “advertirnos” porque más allá de que el volumen recoja piezas interesantes, dignas y sensibles, escritas con la curiosidad que nos introduce en ellas de manera solemne y al terminarlas de leer, salimos “retumbados”, Halfon está organizando todo el discurso en torno a la figura del escritor, es decir, un mediador formado que es capaz de compartir las historias re-utilizando los mejores recursos retóricos para que, sin que se noten demasiado, hacernos disfrutar al máximo.

            Hay, por tanto, dos reivindicaciones antes de empezar a contar los cuentos: por un lado, apuesta Halfon por lo popular, por la figura del cuentacuentos y en otra dirección, por el estilo para contar, las herramientas, los conocimientos, la lectura, el trabajo: el tiempo, la dedicación y la constancia, llevará a contar cada vez mejor, porque lo practicado se traduce en mejoría notable de la práctica misma. Recuerdo que Fresán decía que hoy todo el mundo quiere ser escritor pero que no quiere escribir. Que escribir es sentarse en una silla delante de un folio o una pantalla y pensar, organizar, menear el boli o el lápiz o teclear, una hora y otra y otra, que es una labor solitaria y ardua y que casi nunca adquiere la dimensión que pensamos, al menos en lo que a recompensas materiales se refiere.

            En realidad todo esto es lo que Halfon, en mi opinión, nos quiere comunicar: ser capaz de extraer lo más importante de cada historia, de cada sensación vivida en ella y calibrar la distancia que el escritor en este caso tiene para con las personas que aparecen y convertirlas en potentes y significativos personajes, en diferentes tiempos, de diferentes localizaciones geográficas.

            Y ya, para terminar —qué importa comentar las historias que componen el libro: lean alguna si les apetece— concretar que parece Halfon haber escuchado todas de primera mano: es decir, el objetivo de cercanía, sencillez y exposición cálida de los textos está alcanzado y, además, nos quedamos con un regusto que nos llevará a la relectura de los textos, porque sí, están muy bien escritos, pero es que por otra parte, algunas de las historias son, francamente, increíbles: la belleza, el dolor, los silencios que intentamos quebrar con nuestra lectura, todo, todo nos lleva a conocer el compromiso fiel y armonioso que Halfon tiene con la breve y alta literatura, esa que está cercana, que se asemeja a la levedad de la pluma y mantiene la gravedad de lo humano.

Historias verdaderas que parezcan ficción: Halfon, la (auto)ficción y la composición de historias.

Las ‘Revelaciones y magias’ de un Houdini muy particular: Miguel A. Zapata y su lirismo imaginativo

Miguel Á. Zapata, Revelaciones y magias, Ediciones Traspiés, 2009

Qué decir de la imaginación de Miguel Ángel Zapata Carreño a estas alturas, me pregunto: mucho todavía, a juzgar por el libro que releo estos días, Revelaciones y magias, otro volumen de microrrelatos divertido, inteligente y ensimismador, hipnótico por cómo refleja una y otra vez ficciones realizadas con mimo léxico y soltura narrativa.

Dividido en dos partes que están, a su vez, desordenadas respecto al título, dándonos el primer guiño de humor y parece decirnos el poeta, perdón, el microrrelatista, que nada es lo que parece, ni siquiera empieza respetando lo primero que vemos como lectores, el título y así, en el índice, contemplamos:

Revelaciones   Páginas 73 a 123

Magias                Páginas 9 a 71

            Por contabilizar magias y revelaciones, la primera parte contendría 57 textos (I-LVII), si no contamos “Ya se encontraba Houdini…”, una introducción muy zapatista que contendrá su reverso en la segunda parte, en la que encontramos 44 textos, que en realidad son 50 (51 si contamos una nueva introducción: “En la extraña y desconocida buhardilla, Houdini…”) porque, como en los mejores conciertos, el poeta —otra vez, perdón—, digo, el microrrelatista, se permite unos bises muy suculentos ficcionalmente hablando, como veremos.

            Destacamos la presencia de Houdini, el ilusionista y escapista mundialmente famosos que abre —o mejor sería decir, aparece para desaparecer, una herramienta más que nos hace olvidar al autor, pues, si pensamos que alguien escribe el texto de Houdini, ¿por qué no pensar que es el austrohúngaro después estadounidense quien escribe en tercera persona esos dos pequeños textos que sirven como pórticos a las dos partes del libro? ¿Por qué no pensar que Houdini es un seudónimo que utiliza Zapata para que olvidemos su presencia como parecía querer decirnos Houdini con sus espectáculos? El arte de desaparecer, que diría Vila-Matas está muy presente en algunos escritores, como si le concedieran primacía a los textos y no a su persona.

            La selección del léxico, la concisión y precisión características de Zapata en cualquiera de sus libros, en este es primordial. En ‘Magias’, Zapata empieza con una broma, para que le vayamos tomando el pulso a su escritura: no que el texto sea una broma sino que el protagonista de la pieza mínima “realiza” una broma, y a partir de él, Zapata, una primera magia: la transformación es una de las protagonistas de las ficciones que tenemos por delante, así como la creación y consecución de dos espacios en una misma prosa, dos mundos, dos historias, una dentro de la otra, como quieren desde siempre los teóricos del microrrelato —de cualquier texto literario, en realidad, ahora que reflexiono— que aparezcan. Uno nombrado, otro sugerido: ya sabemos, con/denotación. Literatura.

            Los finales cargados de sorpresas nos llamarán poderosamente la atención, desviarán el tema central y nos causarán estupor, hilarantes gestos, desconcertadas sonrisas: el espejismo literario es utilizado por Zapata como si él lo hubiera inventado y pienso en cuántas lecturas —y qué bien hechas— ha tenido que realizar Zapata para llegar a estos resultados: Baúl de prodigios, su anterior libro de microrrelatos —una maravillosa locura— había llegado a la misma editorial dos años antes, y en ese tiempo, Zapata lee y relee a grandes del género, habiendo ya incursionado en 2003 con Ternuras interrumpidas en el relato más largo y esperando unos años para que con Las manos (en Candaya) comenzara esa trilogía del derrumbamiento que continuó con Arquitectura secreta de las ruinas y ha culminado brillantemente hace poco con Nos tragará el silencio (ambas en Baile del sol). Si bien no se aparta de una imaginación portentosa, en sus últimas obras —sin olvidar el desternillante y lírico Voces para un tímpano muerto publicado por Mariano Zurdo en Talentura— se muestra más serio y centrado, como requerían esos proyectos de argumentos vigorosos y enjundia intelectual.

            Me interesa mostrar lo cerca que el microrrelatista que es Zapata —de ahí las dos alusiones a poeta— está del Zapata más lírico, sin dejar de lado la brevedad, la narratividad y las múltiples referencias temáticas que encontramos: empezamos a bombardear con frases como el final del micro IV, que cuenta sobre el colegio, las matemáticas y la torpeza de la o el protagonista —recodemos que aunque lo parezca, algo (alguien), en los relatos de Zapata no tiene por qué ser—en esta materia y cómo le condiciona el futuro, incluso al ir a parir. Termina el texto diciendo que “no somos más que un álgebra de lágrimas”. Nos puede hablar de destrucciones, monstruos o hijos invisibles. Leeremos sobre “lamentos en inédito maná celeste” o una joven cubana que volverá a la fiesta “sin memoria de barcas ni malecones”. Hallaremos submarinos “de narcótica lentitud”.

            Me interesan los textos que se dirigen a quienes los leemos y aquí también los encontramos. Encontramos historias de fantasmas, que también me interesan: aparece el humor y la ironía, unos toques de melancolía e historias falsas, narraciones no verdaderas repeticiones especulares y prosas magníficas (XLIV) repletas de sentido, trama, estilo y multiplicidades varias. Quizá el siguiente texto, quizá, no sé, nos hable de la función de la literatura, en este tiempo, en nuestro siglo XXI, o quizá no, tampoco importa demasiado si una utilidad se le encuentra al discurso literario:

XLVIII

            Se ha erigido un colosal monumento en mitad de la Antártida elaborado a base de despojos de hospital, aguas fecales, residuos urbanos y fragmentos de cuerpos mutilados en guerras de todo el orbe como insuperable homenaje a la condición humana.

            Podemos analizar la precisión de los sustantivos, el fragor guerrero de ese adjetivo “insuperable”, la mordacidad escondida en su espina dorsal y la crítica pública a la polución, las guerras y cómo no, la vanidad, porque ¿quién erige, aunque se forme solo, el monumento? El mismo texto ya reproduce la idea, ya es producto de la vanidad. Excelente ejemplo de todo lo que Zapata puede aportar en unas líneas.

El texto LIV comienza: “Mi novia es de chocolate…” dándonos un ejemplo de apertura que ya predispone a la imaginación, al juego, al debate interno.

            ‘Revelaciones’ es un experimento que trasciende la lectura y quedan, partes de sus relatos, fragmentos, ideas, adjetivos, el nombre de la protagonista, Priscilla, en nuestras cabezas, ahí colgando hasta la próxima relectura. Son un conjunto de textos donde los sujetos se problematizan y cuestionan: las notas que tengo son vaivenes de pronombres personales: quién habla o escribe, quién ejecuta el texto teniendo en cuenta lo dicho antes, la teoría del personaje de Houdini que puede servir para esa desaparición autorial de Zapata: un sujeto escindido en múltiples personajes (yo sobre él, yo sobre ella, tú, yo sobre unas anotaciones de ella, yo pero ella, yo sobre ella cuando habla de él…) nos acompaña por estas páginas.

            Se nos revelará una historia fragmentada, como el sujeto que la cuenta, como los sujetos que intentan impregnarnos de sentidos difusos, imágenes complejas sobre la vida, el asesinato y la muerte, lo difícil que es soportar la realidad sin ver el prisma de sus variaciones y aparecen los insectos, el sueño, las repeticiones, la memoria y la locura.

            Una apoteósica segunda parte en la que descubriremos un compromiso literario llevado hasta sus últimas consecuencias, y que nos espera más allá, en su siguiente libro, en aquel que Talentura publicara con sagaz ojo y confiando en la literatura de Zapata, en sus apuestas arriesgadas y definitivas para el disfrute lector.

            Revelaciones y magias es una joyita intelectual, un dije poético que deviene herramienta de la risa en un diré futuro y por el que no pasan los años si no es para embellecerlo y mejorarlo como el sabor carmesí de un buen vino literario.

Las ‘Revelaciones y magias’ de un Houdini muy particular: Miguel A. Zapata y su lirismo imaginativo

Privilegio de lecturas como ‘Duelo’ de Eduardo Halfon

Eduardo Halfon, Duelo, Libros del asteroide, 2017

Como mantenerse al día en cuestiones de literatura es cada día más difícil, me tranquiliza pensar que descubro a Halfon relativamente pronto, hace un par de libros a lo sumo, cuando todavía me quedan por leer —me alegra— muchas historias suyas, como esta, aparentemente leve, entrañable, rauda.

            Halfon tiene la sensibilidad, o así lo plasma en papel, extremada y además sabe cómo comunicar dicho sentimiento para que nos roce, nos envenene y a partir de ahí, hacer su voluntad con quienes leamos sus historias.

            No revelaremos los trucos —no se trata de eso— sino los resultados, algo que cualquiera hallará con una lectura atenta de ‘Duelo’ y así disfrutará una relectura completa, porque de nuevo, como me pasó con Ana María Shua, Fresán, Vila-Matas o el propio Halfon (‘Saturno’) y tantas otras figuras literarias, es un escritor que esconde más de lo que muestra, en el buen sentido: insinúa mucho más de lo que nos hace saber, nos permite varias lecturas e interpretaciones, por lo que volver a libros como este, siempre será un placer añadido, porque ya conoceremos la historia —la trama— pero siempre podremos descubrir un añadido al estilo, una nueva vuelta de tuerca a esas repeticiones que una vez, dos veces… Halfon reparte por las páginas de esta gran historia, y en esa herramienta, me centro ahora para recomendar —como si le hiciera falta a Halfon esta perorata peregrina para ser leído— la lectura de este volumen.

            Ya sabemos que una historia son muchas, o al menos, eso debiera ser en un mundo ideal un poema, muchos, un cuentos, varias historias… para que la lectura no se cierre tras la primera y vibre algo que nos haga volver con relativa frecuencia a ciertos libros.

            Halfon reparte de manera perfecta las ideas principales de esta sencilla —en apariencia— historia: esta es otra característica de Eduardo Halfon. La trama es sobria, parece muy fácil de entender pero las implicaciones emocionales que perviven tras conocerla son brutales en la memoria.

            Ya se busque la identidad, la verdad (siempre relativa) de un hecho o un acto que no quedó muy claro en la memoria colectiva o individual de la familia o algún miembro, notaremos una cercanía con el narrador que terminará por convertirse en una familiaridad que se consigue pocas veces. No empatizamos con el narrador, que también, sino que permite que lo acompañemos en sus búsquedas complejas, de desplazamientos emocionales diversos, por tierras lejanas y extrañas, no tanto física o geográficamente sino algo que podríamos traducir como “una visita a los territorios de la intimidad” o algo así. Tampoco se trata de hacer un llanto colectivo ni mucho menos, ni una llamada ala sentimentalidad vacua o superficial. De eso se encarga el escritor, de ir horadando la memoria, la manera de conversar que utilizan los personajes y las reiteraciones ya precisadas antes, que funcionan como el propio Halfon escribe en la primera página de la novela, como avisándonos, a manera de conjuro, de rezo, de frases que nos tatúa con un arte exquisito e indeleble, a fuerza de distribuir la información necesaria para alimentar nuestra curiosidad y emoción, en picos de interés cada vez más elevados, en lo que termina siendo una novela corta, enorme de contenido y de altísima graduación emocional.

            Siento que es un privilegio compartir tiempo y espacio con algunas escritoras como Shua, Esteban Erlés o Fernández Cubas y casi siempre, por diferentes motivos, cuando escribo lo que sea, pretendidamente las tengo en la cabeza: ahora me está pasando con Halfon lo que con Fresán, Vila-Matas, Zapata o Zambra. Me provoca alegría permanecer vivo mientras ellos lo están, porque significa que, con muchas probabilidades, pueda seguir conociendo su obra, pueda releerla.

            De hecho, ‘Elocuencias de un tartamudo’ de Halfon me espera en breve.

            ‘Duelo’ ha sido la confirmación de que Eduardo Halfon, tras la lectura de Saturno, se está convirtiendo en referencia para mí, ya que consigue lo que todo escritor ansía: escribir libros emocionantes, curiosos, diversos y de una estructura perfecta.

            A ver quién da más.

Privilegio de lecturas como ‘Duelo’ de Eduardo Halfon

Vila-Matas, como todo el mundo, sabe ‘Perder teorías’ (mejor que nadie): la literatura que viene.

La novela, ensayo y libro de notas.

Enrique Vila-Matas, Perder teorías, Seix Barral, 2010

(…o ‘Vila-Matas, el estilo y la trama: Perder teorías, crear ficción’)

            Que un libro de apenas 70 páginas dé tanto de sí, imagino que quiere decir que el tamaño no importa. La calidad es lo que impresiona a fin de cuentas. El engranaje que intenta explicar el autor de cómo han de funcionar las novelas, sus mecanismos para entretener y lo que es mejor, las características que han de tener las novelas que quieran ser algo en un futuro.

            Desde un punto de vista conservador, este libro es un enorme sacrilegio, por supuesto. Desde uno progresista, un desquicie porque es difícil seguir la lucidez expuesta por el catalán en estas páginas para llegar a ser novelista en esta modernidad tan post- que estamos viviendo. No tenemos perspectiva histórica de lo que ahora se crea, nos falta juicio temporal y, sin embargo, me embargan los libros de Vila-Matas: hay quien dice —entre ellos algún amigo, y buen novelista además— que tanta metaliteratura no le hace un favor a los libros de Vila-Matas. Siempre he disentido de esa opinión, durante las noches de tertulias granadinas con mi querido amigo, catalán también, por cierto, y le he argumentado que es propio del estilo vilamatesco jugar, conjugar, conjurar y jurar en metaliterario, porque incluso en sus textos más teóricos, como este —que puede ser más teórico, reflexiono ahora, que sus propios ensayos: recuerdo ‘Impón tu suerte’ o ‘Dietario voluble’— se apoyan en una nebulosidad en la que el narrador busca una ayuda para salir de una situación extraña, kafkiana, y como si Paul Auster de joven hubiera escrito un guion que necesitara de múltiples cambios, las metamorfosis de la lengua vilamatesca transforman las historias en lo que el otro día le decía Rodrigo Fresán en una entrevista a Anna María Iglesia —experta en Vila-Matas—: una variación del mismo aria, una y otra vez, es decir, la sensación de ir añadiendo a la misma idea, las mismas paranoias, locuras, certezas y muchas más incertidumbres, capas, tintes, barnices, materiales que durarán porque se consiguen construir sobre otros ya expuestos anteriormente, los que a su vez están apoyados en otros que los soportan igualmente.

            El libro por otra parte es delicioso, chispeante, como una especie de piruleta bañada en ácido y gas de la risa: comienza con un prólogo de Liz Themerson que a su vez arranca con una cita de los hermanos Marx (Ravelli, los parecidos, la identidad confusa… esto promete); las palabras de Themerson no hacen sino lograr que el hundimiento de la personalidad, la identidad y la posterior clasificación de nombres que encontraremos (Enrique Vila-Matas, Liz Themerson, Vilém Vok, Saul Bellow, Flaubert, Cheever, un profesor “marxista”) se consolide a la vez que la pérdida de teorías, países, fronteras y ficciones empieza a funcionar en nuestras cabezas. Es un libro maquiavélico desde el prólogo, me atrevería a decir, es divertido, colonizador de otras teorías, pantagruélico en su afán devorador de citas, historias, tramas… para devolvernos la realidad estilizada, nunca mejor dicho, o escrito: el estilo es lo que al final de los finales posibles (recordemos a Italo Calvino y sus conferencias), perdurará.

            Sí: La espera, sería un gran título para este libro: por eso Liz Themerson comenta que escribir sobre que no pasa nada —mientras cualquier cosa está ocurriendo— es producto de un oficio extremo, un trabajo de selección muy riguroso y una desconfianza crítica hasta en su misma obra, añado yo, refiriéndome a Vila-Matas. Porque de eso trata la historia que se nos cuenta en este libro: alguien, un yo cualquiera que podría ser únicamente alguien como Vila-Matas, que se fije en las cosas que le pasan a Vila-Matas, las observe como el escritor que es y, sobre todo, las ponga por escrito con esos gramitos de ficción a la que nos tiene acostumbrados. La sorpresa es total, mientras que las reflexiones se suceden, que no la acción (física, porque de la mental, hay un trasiego imparable: qué es una teoría sino acción pura mental), ya que acciones no hay demasiadas. El libro es breve pero intenso. Concreto pero expandido —o expansible, quiero escribir, es decir “susceptible de ser expandido” en nuestra práctica, en la práctica cotidiana de quien escriba—.

            Vila-Matas escribe que escribe.

            Vila-Matas sabe que todo cambia, hasta esta misma frase que ahora estás leyendo: ya. Cambiada: Vila-Matas lo sabía; de ahí su desconfianza, su tranquila y reposada (no) teoría de la novela, la literatura, la poesía: porque sí, en este libro hay mucha poesía, la mejor, de hecho: la más alta esfera lírica tendrá que ver con las novelas que se escriban en un futuro (nada que ver con poetas ni prosas poéticas ni nada de eso).

            Vila-Matas sabe distribuir la información perfectamente y recogerla luego, mostrándola como nueva (es decir, lo que se llamaría un uso perfecto de la herramienta barroca “diseminación-recolección).

            Vila-matas habla de Gracq. Habla de esperar. Del orgullo patrio (continental más bien) de creernos superiores, del orgullo y la soberbia y ahora, doce años después leo que “Y es que, como dice Félix de Azúa, un vacío tan grande nos provocó tal desesperación que inevitablemente terminamos por convertirnos en la cultura más guerrera que ha existido nunca”.

            Esta reseña (reflexión, relectura de ‘Perder teorías’) iba a titularse ‘’Y todo eso ya sucedió’, pero seguro que Vila-Matas ya lo sabía así que perder teorías, crear ficción, dejémoslo así por ahora.

            Esta reseña pretendía hablar —escribir— sobre las características de estilo y la percepción del futuro de quien escribe. De ahí esa especie de don profético que nos abruma de vez en cuando tras la lectura de algunos libros y no de otros. Comparten a mi entender, una sabiduría que todo tiene que ver con la terrible maravilla de sentirse vivo y además, extrañamente, íntimamente unido a un futuro apenas vislumbrado pero entredicho, entrevisto junto al autor.

            Recuerdo que ya Calvino habló de la intertextualidad, así como Kristeva (Bajtín y el dialogismo y los cambios posteriores, como estudia entre otras, Raquel Gutiérrez Estupiñán en México): ese diálogo en otros libros, con otros escritores me lleva a apuntar aquí mis notas sobre el siguiente texto que anotaré (re-)asignando asteriscos (en mis márgenes) como negritas, para no perdernos: copio esta maravillosa página (p.29):

«Cuando hube terminado con mi relectura creativa, con mi relectura mínima escrita en los márgenes de mi artículo, sentí una alegría profunda, inmensa. Tal vez era una alegría que procedía exclusivamente del gran placer de sentirme el héroe de un relato modesto, el relato pseudogracquiano La espera.

            L’attente, para ser más exacto. Llevaba hasta un subtítulo:

                                    L’attente

                        Una historia francesa

En esas negritas se cifra el libro entero en mi lectura: está todo lo que Vila-Matas es capaz de ofrecernos en su máxima lucidez teórica, hecho práctica, y no es poco.

            Tenemos: relectura (posterior a la escritura, revisión, autocrítica, correcciones, reescritura); alegría, el pasado, la filosofía de vida, la poesía del estar viviendo y no de la vida; la heroicidad buscada, la historia, el relato, la trama, la novela pero sobre todo y por encima de todo, la voluntad del estilo y de que permanezca en la memoria, es decir, que sea el estilo memorable. Y Gracq y la espera.

            Y por último: ese tal vez. La incertidumbre. La desconfianza. Las posibilidades, el azar. El no saber qué escribir porque, como dice Vila-Matas, si los escritores, los verdaderos escritores supieran lo que quieren decir, lo más probable es que no escribieran, porque el mismo acto de escribir impele al escritor a buscar caminos que no sabía que estaban ahí, que no conocía porque si una y otra y otra vez, atravesamos los mismos caminos de siempre, nos ocurrirá una y otra y otra vez lo mismo, llegaremos a las mismas soluciones para los mismos problemas, por lo que ni aquellas valdrán ni estos dejarán paso a nuevos enigmas que nos proporcionen la capacidad de hallar salidas nuevas a esos nuevos laberintos.

            Sobre algo así escribe Vila-Matas.

            O no.

            El estilo de ‘Perder teorías’ es impecable, por cierto.

Vila-Matas, como todo el mundo, sabe ‘Perder teorías’ (mejor que nadie): la literatura que viene.

El placer de contar buenos cuentos: los lenguajes de Guillermo Busutil

El prólogo de Héctor Márquez, sin desperdicio

Guillermo Busutil, Moleskine (1999-2006), Las 4 estaciones, 2008.

Hay algo de Busutil, que intentaré explicar apelando a esa fractura entre lo divino y lo humano que Bordieu anunciaba sobre la esencialidad de los textos, algo de una factura casi perfecta, de un delicado engranaje interno en sus relatos, que me fascina cada vez que cojo, leo y termino un libro suyo.

            Esta antología recoge nueve textos de diversa procedencia que se enmarcan en las fechas que anuncia el título. Sólo por “El salto del ángel” ya merecería un puesto de honor entre esos comunicadores literarios que expresan, remueven y dejan un estupenda sabor de boca al tratar el tema en concreción, con una libertad absoluta (aunque parezca paradójico, los expertos de la teoría del cuento así lo hacen ver) y exponiendo la historia con un desarrollo impecable.

            No es la primera vez ni la última seguramente que hable/escriba sobre las artes cuentísticas de Busutil. Es un digno representante del cuento español contemporáneo, uno de los más atractivos exponentes que tenemos por el sur (es granadino-malagueño o viceversa) y de los más atentos a cubrir con literatura ciertos temas y lenguajes que desglosaré brevemente para no aburrir ni destripar historias, ya que se trata de motivar la lectura del volumen y no de agotar su retórica, aunque me quedo con ganas de abrir en canal el cuento mencionado, el del ángel, y que veamos por dentro la maquinaria de relojería tan sugestiva, los picos de interés que crea el escritor, las lazadas que realiza para “embridar” tema y expresión. Un relato magnífico que acompaña a otros igual de poderosos, tanto en la brillante solución final —que no ha de ser sorpresiva, puede ser un impacto de baja intensidad aparente y que crezca en nuestro interior tras el fin de la lectura— como por la muestra lingüística que utiliza, haciendo gala del leguaje del hampa en “Manos de plata” o un idiolecto de la calle en “Maurice”, en los que, si en el primero nos habla de un ladrón muy particular, en el segundo expondrá la vida y milagros de un limpiabotas que nos recordará por su sabiduría innata y mejorada en el patear diario al Búfalo de “Juncal”;

En “Golpe de sol sobre tapete de hule azul” —qué musicalidad la del título—trata de conquistarnos como María Holanda a Curro de Luna, relatando la historia de una relación amorosa ardiente y apasionada cuyo final nos desvelará la naturaleza de los protagonistas y cuyo penúltimo párrafo, el de la conclusión previa a la tranquilidad total, es un magnífico ejemplo del trabajo detallista que un experto cuentista realiza en sus textos: horada, encuentra, selecciona, introduce, matiza levemente, da tonalidad a las palabras, organiza los significados in crescendo para que nuestra sorpresa sea total y calibra el impacto que va a tener en nuestra lectura. Gigantesco logro, espléndido casi final que permite un suspiro al final, en el párrafo último de esta grandísima historia pequeña.

            “La despedida danesa” o “El puente del arquitecto”, cada uno a su manera, son dos caras de la misma moneda: las ganas de trascendencia que ansiamos, la soberbia de pensar que algo quedará, que no somos ni seremos tan solo polvo aún hermanado con la vida mediante nervios, células y huesos gestionando una muerte próxima.

            “Melville” es una deliciosa pieza de erotismo, rencor y belleza, leve como el pueblo del que nos habla; grave como las tomas de decisiones que los protagonistas han de tomar en sus vidas.

            Otro ejemplo más de pericia cuentística que se agradece tras la lectura: Busutil es inteligente, derrochador pero si alardear, sugerente y nos da pie a que trabajemos como lectores celebrando la buena literatura.

El placer de contar buenos cuentos: los lenguajes de Guillermo Busutil