Historias verdaderas que parezcan ficción: Halfon, la (auto)ficción y la composición de historias.

Eduardo Halfon, Elocuencias de un tartamudo, Pre-Textos, 2012

Halfon mantiene un pulso consigo mismo en cada libro que publica: mediante una idea elaborada por el grandísimo Paul Auster, alrededor de la radio y gente contando sus historias, el escritor guatemalteco quiere, con una frase muy acertada, reunirnos alrededor de la hoguera como ya hiciera el neoyorquino.

            Del prólogo, muy jugoso en lo que se refiere a intenciones, rescato también -para, como siempre, dejar algo a quien la chispa de la curiosidad le lleve a abrir el pequeño volumen de prosas- otra idea suculenta: todo el mundo tiene algo que contar, porque a quién lo zarandea la vida y le suceden cosas, pero no cualquiera sabe contar lo que vive, sufre, padece o disfruta.

            La premisa es interesantísima: Halfon recoge como si fuera un periodista -un vecino curiosón y lenguaraz- historias de todo calado, que posteriormente él mismo dará forma, tallará y pulirá en el taller retórico para mostrarlas acabadas al público. Es difícil reconocer a veces la mano de Halfon, si bien, la temática se torna favorable a sus gustos, que en realidad, son indefinidos: las únicas buenas historias, son las historias bien contadas, parece querer advertirnos el cuentista.

            Y, sí: escribo “advertirnos” porque más allá de que el volumen recoja piezas interesantes, dignas y sensibles, escritas con la curiosidad que nos introduce en ellas de manera solemne y al terminarlas de leer, salimos “retumbados”, Halfon está organizando todo el discurso en torno a la figura del escritor, es decir, un mediador formado que es capaz de compartir las historias re-utilizando los mejores recursos retóricos para que, sin que se noten demasiado, hacernos disfrutar al máximo.

            Hay, por tanto, dos reivindicaciones antes de empezar a contar los cuentos: por un lado, apuesta Halfon por lo popular, por la figura del cuentacuentos y en otra dirección, por el estilo para contar, las herramientas, los conocimientos, la lectura, el trabajo: el tiempo, la dedicación y la constancia, llevará a contar cada vez mejor, porque lo practicado se traduce en mejoría notable de la práctica misma. Recuerdo que Fresán decía que hoy todo el mundo quiere ser escritor pero que no quiere escribir. Que escribir es sentarse en una silla delante de un folio o una pantalla y pensar, organizar, menear el boli o el lápiz o teclear, una hora y otra y otra, que es una labor solitaria y ardua y que casi nunca adquiere la dimensión que pensamos, al menos en lo que a recompensas materiales se refiere.

            En realidad todo esto es lo que Halfon, en mi opinión, nos quiere comunicar: ser capaz de extraer lo más importante de cada historia, de cada sensación vivida en ella y calibrar la distancia que el escritor en este caso tiene para con las personas que aparecen y convertirlas en potentes y significativos personajes, en diferentes tiempos, de diferentes localizaciones geográficas.

            Y ya, para terminar —qué importa comentar las historias que componen el libro: lean alguna si les apetece— concretar que parece Halfon haber escuchado todas de primera mano: es decir, el objetivo de cercanía, sencillez y exposición cálida de los textos está alcanzado y, además, nos quedamos con un regusto que nos llevará a la relectura de los textos, porque sí, están muy bien escritos, pero es que por otra parte, algunas de las historias son, francamente, increíbles: la belleza, el dolor, los silencios que intentamos quebrar con nuestra lectura, todo, todo nos lleva a conocer el compromiso fiel y armonioso que Halfon tiene con la breve y alta literatura, esa que está cercana, que se asemeja a la levedad de la pluma y mantiene la gravedad de lo humano.

Historias verdaderas que parezcan ficción: Halfon, la (auto)ficción y la composición de historias.

Deja un comentario